Dice Marcela Carranza en la revista argentina sobre literatura infantil y juvenil Imaginaria que el Animalario juega con sus lectores, y no sólo porque invita a la combinación de dieciséis ilustraciones de animales conocidos (como el elefante, la gallina, o el armadillo) y sus descripciones correspondientes mediante dos cortes en las páginas para tener en su mano nada menos que 4096 fieras diferentes con la descripción de sus modos de vida. Si seres fantásticos pueden ser creados mediante la combinación de animales reales, entonces ¿por qué no confundir los límites de lo real y lo imaginario?
Todo en el Animalario nos miente. La portada nos dice que este libro ha sido "profusamente laureado", y en los créditos, donde menos buscaríamos la ficción luego del tiraje podemos leer: "En los casos en los que ha sido necesario el embalaje, el almacenamiento o la intervención taxidérmica de los animales, el Instituto Revillod ha contado con la colaboración de la Compañía Denetik del puerto de Pasajes".
Ciencia rigurosa, sabios consagrados, premios, viajes de descubrimiento científico son materia para la parodia, la risa y el juego. Burlarse de la seriedad de aquello que alguna vez fue "sagrado" para Occidente: desacralización de la Ciencia (así con mayúscula), como "antorcha y guía de la Humanidad" y también un divertido homenaje a un viejo modo de representarnos el mundo.
No es necesario ser un niño para disfrutar de esta obra uniendo combinaciones de tres partes de animales en la búsqueda de bestias que satisfagan nuestra curiosidad. Pero, probablemente, hacerlo junto a la mirada sorprendida de un niño puede depararnos uno de los momentos más felices del día. Y adiós al stress.
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